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MURCIA

De patrulla cuando aprieta el frío

lunes 5 de enero de 2015 Fuente: La Verdad

‘La Verdad’ acompaña al equipo del SEMAS en una de sus salidas de madrugada para repartir mantas a las personas sin techo.

La noche empieza en un almacén donde guardan ropa de abrigo y bebidas autocalentables.

Dos indigentes rechazan las mantas, pero piden pan. Van a un bar y les compran bocadillos.

«Hola, soy Morales, el jefe del SEMAS. Vamos a salir esta noche. Llamaba para saber si tenéis sitio en el albergue». Es una llamada a la Fundación Jesús Abandonado, que informa de que no hay sitio. Así empieza la noche para la patrulla del SEMAS (Servicio de Emergencia Móvil y Atención Social) que con motivo de las bajas temperaturas paseará por la ciudad con el fin de controlar y cuidar a las personas sin techo que duermen al raso en estos complicados días de invierno.

José Morales, el coordinador del servicio, sale con una voluntaria, Cristina, recién graduada en Educación Social que busca, además de ayudar, coger un poco de experiencia. «Normalmente va un trabajador social y un agente de Policía Local, como estamos en fechas de vacaciones salgo yo, que soy el jefe, pero primero soy trabajador social», destaca. La noche empieza en un pequeño almacén donde se guardan mantas, sacos de dormir, ropa de abrigo y bebidas autocalentables. Llenan el maletero con un poco de todo y empiezan el camino.

En la calle Huerto Pomares, debajo de un puente, saben que pernocta un hombre de unos cuarenta años, de nacionalidad marroquí y con problemas de alcoholismo. Cuando llegan descubren que no está solo. Otro hombre de la misma nacionalidad duerme junto a él. Les ofrecen mantas. No quieren, hace una semana otra patrulla del SEMAS les dejó una. Pero piden pan. Se dirigen a un bar cercano y compran sendos bocadillos de tortilla. Se los llevan, les invitan a visitarles en los Servicios Sociales para tratar su caso y, seguros de que están lo mejor posible, se marchan.

La noche continúa en la zona del Cuartel de Artillería. En el lateral de la piscina Inacua, donde está la rejilla de ventilación que expulsa el aire caliente del interior, sobre un mísero cartón, trata de dormir un hombre de origen portugués que entre el sueño y el idioma apenas se puede comunicar. Pide un saco de dormir y algo caliente. No quiere más. Cerca de él, dos hombres, debajo de un hueco de escalera, pasan la noche como pueden. Piden una manta y un saco de dormir. Uno de ellos dice que irá a ver a los trabajadores sociales porque está con metadona y necesita ayuda.

La noche termina con una intervención en el Plano de San Francisco donde está un hombre, conocido del servicio, español y con problemas mentales. Le dejan comida. Y finalmente con una chica rusa, en la calle Trapería, a la que le dejan un saco de dormir y dos bebidas calientes.

La noche es normal, dentro de la excepcionalidad que puede suponer para las personas sin techo que alguien amable se acerque a ellos y les ofrezca calor. «Muchas veces no intervenimos, solo comprobamos que están bien tapados y nos vamos, no queremos molestar a la gente que ya está dormida». Destacable es que, aunque ellos ofrecen ayuda inmediata, también les informan de donde pueden acudir para tratar su caso en profundidad y ver si hay forma de sacarlos de la calle o de ayudarles para mejorar su situación.

Son las bajas temperaturas las que sacan a la calle a esta patrulla de personas que ejercen esta labor de forma casi voluntaria. «Esto es como un extra porque al día siguiente nos toca ir a la oficina para poder seguir con la rutina, no podemos dejar de hacer otras cosas para salir. Por eso es tan importante la labor de los voluntarios. No sustituyen un puesto de trabajo, pero nos ayudan mucho».

Hablan de ayuda cuando son ellos los que ejercen esa labor, con cariño, respeto y de forma que cualquier persona sin hogar tenga la oportunidad no solo de tener una manta para pasar la noche, sino de tener el abrigo de la comprensión. «En casa es la madre la que arropa, nosotros les arropamos en la calle». En las intervenciones quedan resguardados pero al día siguiente, ya en la oficina, el caso de estas personas empieza a tratarse. Para ellos esa manta puede ser el principio de una nueva vida.

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