«Encontré en la comida algo fácil de controlar; eso me hacía sentir bien»
Elena ha empezado a superar la anorexia después de estar al borde de la muerte.
Hacía más de tres años que Elena no probaba la mantequilla. Ayer se enfrentó a ese reto, a la hora del almuerzo, en el centro de día de la Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia nerviosa y Bulimia (Adaner). Fue una nueva prueba superada, un pasito más en el largo camino hacia la recuperación que ha iniciado tras un peligroso acercamiento a la muerte. En marzo, Elena ingresó en el hospital con un hilo de vida. Era incapaz de echarse nada a la boca, y su organismo se había debilitado hasta el extremo. Ahora está mucho mejor. Ha recuperado peso y empieza a comprender, a sus 23 años de edad, por qué ha llegado hasta aquí.
«La gente se piensa que una persona con anorexia es alguien obsesionado con su físico, pero no tiene nada que ver –explica Elena–; se trata de una cuestión de ansiedad. Cuando eres obsesiva y controladora, y te das cuenta de que no siempre puedes sacar un 10 en los exámenes, ni llevarte bien con tus padres, tu novio y tus amigos, encuentras en la comida algo fácil de controlar. Y eso te hace sentir bien».Elena ya comía mal de pequeña, pero «solo cuando estaba en casa; fuera no tenía ese problema». Ahora, con el tiempo, se ha dado cuenta de que la relación con su madre pudo influir en sus primeros problemas alimenticios. «Era incapaz de transmitirle lo que sentía, de enfrentarme a ella, y la frustración me salía de ese modo. Ella me decía que me quería mucho, que era lo más importante en su vida. Pero si luego un día se olvidaba de venir a recogerme al colegio, yo lo vivía como un abandono», recuerda. Paradójicamente, y pese a ser una etapa difícil, en la adolescencia todo pareció mejorar. Fue a los 20 años cuando los síntomas de la anorexia dieron la cara. «Creí que lo controlaría, que no pasaba nada. No era capaz de asumir lo que me estaba ocurriendo. Me veía capaz de no comer nada porque luego desayunaba. En la carrera me exigía muchísimo, a veces dormía solo una hora. Y cuando no estaba estudiando me iba al gimnasio. No me permitía parar a pensar, necesitaba escapar», recuerda.
La situación terminó estallando el pasado mes de diciembre. «Me descontrolé y mi madre me convenció para que viniese a Adaner. Pero yo no era sincera, no comía y tenía una depresión muy profunda. Seguí perdiendo peso y al final terminé en el hospital». Allí pasó un mes, recuperándose. Tras el alta, comenzó el programa que Adaner desarrolla con los pacientes más graves. Llega al centro a las nueve y media de la mañana, y lo primero que hace es pesarse. Después de verse con el psicólogo, almuerza siempre acompañada de otras personas. Las terapias de grupo se alternan con las diferentes comidas del día. La cena la hace en casa, siguiendo las pautas que le han marcado los médicos y los psicólogos de Adaner.
«Si no me pusieran la comida delante no me alimentaría –confiesa– pero aunque sea una situación que me agobie, al final resulta un alivio. Tu mente te obliga a no comer, y aquí te ayudan a superar eso. En el fondo estás deseando que te rescaten». Elena ha tenido que dejar la carrera para salvar su vida. «Al principio fue muy duro, porque me quedaba solo un cuatrimestre y sacaba buenas notas», confiesa. Pero ahora no se arrepiente, porque se ha reencontrado. «Me he dado cuenta de que esto es una oportunidad para preguntarme qué es la vida, por qué estoy aquí». A Elena le gusta hablar, le resulta terapéutico. Pero le espera la tostada con mantequilla, así que vuelve al comedor decida a superar la prueba y a encontrar respuestas.
Adaner celebra su congreso anual.
La Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia nerviosa y Bulimia (Adaner) celebra desde hoy su congreso anual, centrado en el análisis de los «retos y desafíos» a los que se enfrentan los profesionales que luchan contra los trastornos alimentarios. En las jornadas participarán médicos, psicólogos, psiquiatras y otros especialistas.
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