«He aprendido a ser adulto»
«Quiero que me traten como a uno más», reclama Gonzalo, afectado por parálisis cerebral, en el Día Mundial de esta discapacidad.
Gonzalo Martín estuvo al borde de la muerte nada más nacer. «Le faltó oxígeno en el parto», explica su madre, Amelia Jiménez. «Las expectativas al principio eran muy malas», confiesa. La parálisis cerebral le dejó la parte derecha del cuerpo sin fuerza ni movilidad. También le afectó al habla, como es habitual en estos casos, y al desarrollo cognitivo. No ha sido una infancia fácil, pero ni él ni su madre se rindieron nunca, y ahora, con 25 años ya cumplidos, su 65% de discapacidad no le impide a Gonzalo tener un futuro. De momento, disfruta de un trabajo en prác ticas en Ikea, que compagina con un taller de Empleo en el que sigue formándose.
Su vida cotidiana es una sucesión de retos a superar, y ayer consiguió sortear otro más. Delante de decenas de familiares, pacientes y voluntarios de la Asociación para el Tratamiento de Personas con Parálisis Cerebral y Patologías Afines (Astrapace), Gonzalo Martín leyó un manifiesto con el que esta organización se sumó al Día Mundial de la Parálisis Cerebral. «Estamos lejos de una inclusión real, todavía quedan muchos obstáculos que salvar», proclamó en voz alta, venciendo su tartamudez. «Me he puesto nervioso, normalmente leo mejor», aclaraba después, ya más relajado, mientras cuidaba las plantas del invernadero que Astrapace ha instalado en su centro de día de Zarandona. «Decimos que hay obstáculos porque nos los encontramos en la calle –confesaba–; a veces hay gente que me mira raro y se fija en el brazo que no puedo mover. Pero aunque alguna vez se han metido conmigo, en general me tratan bien». Lo que pide no es compasión, sino que se dirijan a él como a un adulto. «Quiero que me traten como a uno más», resume.
Gracias a su trabajo en prácticas, se siente más cerca de conseguirlo. «En Ikea me dedico a archivar, ordenar y triturar papeles. Antes estuve en la Consejería de Obras Públicas haciendo lo mismo», explica. Las tardes las pasa en el centro de Astrapace en Zarandona, y no se queda precisamente de brazos cruzados. «Aquí respondo al teléfono, atiendo a la gente que viene, hago fotocopias», relata. Además, mejora su formación en un taller de Empleo. El trabajo es algo fundamental para la autoestima y el desarrollo de Gonzalo. Pero también lo es sentirse independiente, comprobar que no siempre tiene que estar pegado a su familia para poder desenvolverse. El centro de Astrapace cuenta con una vivienda en la que los chicos con parálisis cerebral pasan algunos fines de semana. Sirve de respiro a las familias, pero también es positivo para ellos, porque el lugar no está diseñado como una residencia sino como un piso tutelado, lo que implica cierta autonomía. «Vengo de vez en cuando los fines de semana, y me encanta. Compartimos el piso siete u ocho personas; somos todos amigos. Me gustaría poder venir más en el futuro», cuenta.
Una segunda familia
Astrapace es para Gonzalo Martín su segunda familia. También lo es para su madre. «Estamos con la asociación desde que nació mi hijo, desde el primer momento. Empezamos en el centro de atención temprana, y con 17 años nos vinimos aquí, a Zarandona», cuenta Amelia Jiménez.
101 personas con parálisis cerebral y patologías afines se benefician de los talleres y actividades de este centro. Cada usuario es diferente. La mitad de las personas con parálisis padecen discapacidad intelectual, un 33% necesita asistencia en sus desplazamientos y el 25% requiere de algún sistema auxiliar para poder comunicarse. Pero todos tienen algo en común. «Son personas de pleno derecho, y lo que buscamos es que se puedan expresar, manifestarse como son», explica Rosa García Iniesta, presidenta de Astrapace. Gonzalo resume, lúcido, el sentido de todos los esfuerzos: «He aprendido a ser adulto».
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