«Lo más duro no es el frío, es la soledad»
Varias personas sin hogar cuentan a ‘La Verdad’ cómo pasan la noche más gélida del año en la Región.
A las once de la noche, el termómetro que hay junto a la plaza de abastos de Verónicas, en pleno centro de Murcia, marca 5 grados. Pero lo peor está por llegar, porque las previsiones apuntan a que el mercurio se desplomará de madrugada debido a la entrada de la primera ola de frío del invierno.
El Ayuntamiento refuerza sus servicios para atender a las personas sin hogar mientras dure la helada. Dos furgonetas con una quincena de efectivos, entre voluntarios de Protección Civil y trabajadores sociales del Servicio de Emergencia Móvil y Atención Social (SEMAS) emprenden su labor de asistencia en mitad de la noche. Una se dirige hasta el pabellón municipal Cagigal, en las inmediaciones del barrio de Santa María de Gracia, habilitado como albergue provisional para esta semana de frío. La otra busca a personas que necesitan ayuda urgente a pie de calle, a esas que duermen cada día entre cartones.
Los equipos de asistencia ofrecen bebidas calientes, mantas y sacos de dormir. También una cama bajo el techo de alguna ONG. Pero no todos aceptan. Algunos porque no quieren regirse por horarios ni compartir habitación, o porque no aceptan a sus mascotas. Otros reclaman más atención. ‘‘Una cama para una sola noche, ¿y el resto qué?’‘, pregunta una de las personas sin hogar que se reparten en las calles de Murcia a la patrulla que le atiende cerca de la Glorieta de España. Es de origen búlgaro y padece obesidad mórbida. Habla un castellano muy rudimentario, pero logra decir que lleva 10 años viviendo en esa situación y que prefiere quedarse ahí, sentado en un banco.
‘‘Para la persona cuya casa es la calle, él decide dónde duerme, su horario de acostarse y levantarse, como yo decido si me quedo a dormir en el sofá o me voy al dormitorio de mi casa’‘, responde José Morales, trabajador social responsable del SEMAS, cuando se le pregunta por qué las personas sin hogar se niegan a albergarse en fundaciones como Jesús Abandonado o Rais.
«Si nieva, no sé qué voy a hacer»
‘‘Duermo en la calle porque yo quiero. Yo no voy a Jesús Abandonado porque no me gusta dormir en una habitación con doce personas con las que no tengo nada que ver’‘. Este es el motivo de Armando David, un joven francés de 22 años que llegó a Murcia por amor y que desde hace cuatro vive en la calle Trapería. ‘‘Si no me he vuelto a mi país es porque tengo una hija de año y medio. Por ella no me voy’‘, aclara. ¿Y tu familia qué opina? ‘‘Soy huérfano’‘.
Su título de auxiliar de ambulancia no le ha servido para encontrar trabajo en la Región, más allá de echar algunas temporadas de naranja y uva en los campos de Cartagena. Lo que sí ha encontrado, al menos, es la solidaridad de los murcianos que le arropan, literalmente. ‘‘No paso frío porque la gente me regala abrigos y mantas. Yo prefiero que me ayuden las personas normales antes que ir a los servicios sociales del Ayuntamiento, porque me preguntan de todo y a mí no me gusta mucho hablar de mi vida’‘, reconoce. Asegura que va a dormir en un portal, junto a otro joven francés. ¿Qué va a hacer si nieva? Calla unos instantes. ‘‘No lo sé… No lo sé’‘, balbucea agachando la mirada.
Ningún organismo oficial u ONG conoce los datos reales: nadie sabe cuántas personas viven a la intemperie en las calles de la ciudad, pero se las puede encontrar a cualquier hora, en cualquier rincón. Como a José Rubio, que poco después de las doce de la noche pide unos euros a la puerta de la capilla del Palacio Episcopal, situada en la Plaza Cardenal Belluga y abierta las 24 horas. ‘‘Me faltan tres euros para poder irme a una pensión’‘, sonríe.
«Lo más duro es la soledad»
A sus 47 años y abrigado hasta las cejas, este murciano dice no saber el tiempo que lleva viviendo en la calle, ‘‘serán cinco o seis años, ya he perdido la cuenta’‘, asegura con humor. Rubio quiere un trabajo, pero guarda recelo a las formalidad necesaria para entrar en el mundo laboral. Si lo tuviera, en su currículum se podrían encontrar profesiones tan dispares como las de camarero, legionario y mimo. Perder su empleo le llevó a la situación de exclusión social en la que vive ahora, ‘‘pero yo no me voy de Murcia, aquí nací y aquí me voy a quedar, para qué irme a otro sitio, si yo soy de aquí y estoy orgulloso de mi tierra’‘, dice con arrojo.
La preocupación por las bajas temperaturas no afecta a José más de lo normal. Para él, lo más duro de vivir en la calle no es el frío: ‘‘Es la soledad. Y que la gente te mire de otra forma, como si no fueras persona, por encima del hombro… Deberían ayudarnos siempre, no solo en estas fechas porque haga frío. Y ayudarnos más, además de darnos una cama en un albergue… Luego los que más te ayudan son los que menos dinero tienen’‘, reflexiona.
José tiene una razón muy sencilla para no alojarse en Jesús Abandonado: ‘‘Porque te dan el tique de autobús para ir, pero luego no te dan otro para volver a Murcia’‘. Después está Rais, ‘‘que suele estar completo y además van a cerrar’‘, dice. Eso sí, es el primero en romper una lanza a favor de La Casa Habitada y se pregunta ‘‘por qué no hay dinero para subvencionarla, con la buena labor que realizan… no lo entiendo’‘.
Objetivo: abandonar la exclusión
‘‘Un café o una manta solo son instrumentos que les podemos proporcionar de forma puntual. Nuestro objetivo realmente es que esos instrumentos nos sirvan para acercarnos a ellos y que salgan de la situación de exclusión social en la que se encuentran’‘, explica el responsable del SEMAS antes de partir en batida de la ciudad. Si algo sorprende a cualquiera que se acerca a las personas sin hogar es la facilidad con la que llegaron a ser lo que son.
El rostro del sinhogarismo adopta decenas, cientos, miles de caras. Como la de un búlgaro que no puede valerse por sí mismo. La de un joven que prueba suerte y emigra a otro país donde ha encontrado el amor. O la de un murciano de cuarenta y pico de años que ‘‘jamás en la vida’‘ imaginó verse así: ‘‘Cuando yo veía gente en la calle, no pensaba que esto me podría pasar a mí… y mira. Pero esto no es para toda la vida, es pasajero. ¡De aquí se sale! Y cuando lo haga, voy a escribir un libro’‘, sentencia José con una sonrisa.
Si lo conseguirá o no, es una cuestión que solo podrá desvelar el tiempo. De momento, lo que sí ha logrado en la noche más fría del año es el dinero que le faltaba para irse a dormir a una pensión.
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