¿Qué quieren decir los expertos cuando nos llaman pobres?
No hay un medidor universal de la pobreza, son estadísticas relativas. Seis sociólogos reflexionan sobre la forma de medir la precariedad
“Con el mismo dinero se puede ser pobre en Navarra y no en Extremadura”.
“Se ha producido una mutación fuerte: es más urbana que rural”.
“Hay generaciones sentenciadas: los mayores de 45 años sin cualificación”
Muchos, y frecuentes, son los estudios que se difunden sobre el grado de pobreza que sufre la sociedad española, sobre el porcentaje de ciudadanos en riesgo de exclusión social y el incremento de la desigualdad social. La prolongada crisis económica ha puesto de moda el sustantivo, ahora acompañado de adjetivos: se habla de pobreza infantil, de pobreza crónica, de trabajadores pobres con ingresos y, también, de pobreza urbana. Nunca como ahora, ningún comentario sobre coyuntura evita esa palabra.
Omnipresente, amenazadora, recalcitrante. Ahí está. ¿De qué pobreza estamos hablando?
No todos los países, no todos los continentes, miden la pobreza de la misma manera. No se mide igual en Estados Unidos, que en Latinoamérica, África o ahora Europa, pero siendo el entorno europeo el que nos interesa, las estadísticas no nos dejan en buen lugar, y a veces las escuchamos como si no tuviera que ver con nosotros. España está a la cola de la Europa comunitaria, da igual el indicador que se utilice.
Lo primero que habría que decir, tras consultar a siete sociólogos e investigadores sociales, es que las mediciones son relativas. Y, también, que los afectados no suelen reconocerse como pobres en las encuestas de percepción. La palabra es tan severa, tan dura, que se asocia a un estado cercano a la mendicidad: es lo que podría denominarse como pobreza absoluta. Un grupo de empresarios se reunió con la alcaldesa Ada Colau, que les pasó una encuesta según la cual la mitad de la población de Barcelona no podría cambiar la caldera de gas a fin de mes (su coste está alrededor de los 1.500 euros). Los empresarios respondieron que los datos eran falsos. “Si fueran falsos, ¿estaría yo de alcaldesa?”, respondió Colau.
Isabel García Rodríguez (Instituto de Estudios Sociales Avanzados- CSIC).
“Académicamente hablando, se trata de medir la distribución de los ingresos en una sociedad. Hemos convenido que por debajo del 60 % del salario mediano se está en situación de pobreza [7.961,3 euros al año si es una persona, 16.718,6 si es un hogar de dos miembros con dos hijos, según los últimos datos del INE, de 2014]. No se trata de estigmatizar. De hecho, en épocas de bonanza había tasas muy altas de pobreza económica. Pero esa medición es relativa y hay tasas según cada comunidad autónoma. En términos relativos, la mejor manera es medir la exclusión social, que es un concepto más complejo, que mide la acumulación de problemas que puede sufrir un hogar. La palabra pobreza está asociada a la carencia de necesidades básicas: alguien puede pensar que no es pobre, pero estadísticamente lo es. Si se lo dices no lo acepta. De hecho en las encuestas no lo acepta, pero si le preguntas si tiene dificultades para pagar la factura de la luz, y las tiene, ahí empieza a ser estadísticamente pobre”.
Begoña Pérez (Universidad de Navarra).
“Medir la pobreza es muy limitado. Es un concepto relativo: con el mismo dinero se puede ser pobre en Navarra, pero no en Extremadura, un pensionista puede vivir bien si tiene la casa pagada o estar en riesgo de exclusión si tiene familiares a su cargo. Lo recomendable es ir más allá del ingreso, pero no hay consenso. La pobreza relativa puede no ser grave, en ese sentido es más certero el término exclusión, que mide problemas, además de bajos ingresos. En ese sentido, habría que destacar aquellos colectivos afectados por sueldos bajos o paro con hipotecas crecientes. Eso es preocupante para la juventud y no ocurre en Europa, donde el joven se va de casa con salario bajo a un alquiler también bajo. En los años 50, no éramos culturalmente un país de propietarios: la gente vivía alquilada. Fue la intervención pública la que hizo que resultara más rentable comprar que alquila
Manuel Pérez Yruela (CSIC).
“En Europa se habla de pobreza relativa o monetaria. Y eso te da una idea de la capacidad de compra. La gente lo confunde con pobreza severa y la pobreza severa no se mide en España. Ahora es la UE la que usa un indicador adicional, que mide el riesgo de pobreza y de exclusión. Y lo que se detecta es que hay mucha gente en malas condiciones. El hecho de que se acceda fácilmente a ciertos alimentos y de que la ropa sea barata, ayuda a que no se aprecie tanto en la calle, a que no aparezca el estigma de la pobreza severa. En España ha ayudado el colchón familiar y a que vivimos en una sociedad con cierto capital colectivo, es decir ciudades razonablemente urbanizadas, que contribuyen a que se perciba menos la pobreza. Donde tenemos un problema serio es que hemos gastado mucho de lo ahorrado y no sé si les podremos dejar a nuestros hijos alguna acumulación de algo. No sé si ellos podrán servir de colchón”.
Germán Jaraiz (Universidad Pablo de Olavide).
“Participo de algunos de estos informes. Hay una hiperactividad. Falta algo muy difícil de contar en los medios, ¿Qué está pasando debajo de todo esto? La figura del trabajador pobre ya estaba en los informes de 2008. Creo que hay un fenómeno de la privación, que es distinto que la pobreza. Gente que vive en situaciones de carencia pero pueden mantener una vida razonablemente digna. Luego está la dependencia, que es cuando no dependes de tu red primaria. Es como el dicho: pobre aquel que necesita de otros. Hay una relación de la pobreza con el capital social: se ha destruido el 11 % del capital social. Por ejemplo, padres que no pueden llevar a los niños a clases extraescolares. Y hay una mutación fuerte: ahora es urbana y no rural. Hemos estudiado mucho la renta, pero poco las relaciones sociales”.
Sebastián Sarasa (Universidad Pompeu Fabra).
“La tasa de pobreza no lo explica todo. Se da una paradoja: en 2009 y 2010, con la que estaba cayendo, la pobreza disminuyó. Y en otras épocas, la economía iba como un tiro y la pobreza no bajaba. Hay soluciones para eso. Algunos estudian ahora lo que se llama la ‘pobreza anclada’. Si la economía funciona por ciclos, ¿por qué no medimos la pobreza por ciclos también? La pobreza es como un autobús que puede ir más o menos lleno de gente. Que haya movilidad, que haya gente que se baje de ese autobús, no es preocupante. El problema es la pobreza crónica o persistente, los que no se bajan del autobús. Hay otra manera de corregir los datos. Lo que se llama ‘privación en el consumo’, que da una información complementaria. El problema serio en España es el del trabajador pobre, quedó tapado con el boom, dado que tuvo trabajo mucha gente con baja cualificación y altos salarios. Ahora vemos que es una realidad que viene a quedarse: y el riesgo es que se detecta una pobreza infantil y juvenil”.
Ana Arriba (Universidad de Alcalá de Henares).
“Desde 2005, la Unión Europea trabaja con un concepto más amplio, que es la tasa Arope, que plantea una medición de la privación y de la debilidad del empleo en el hogar, la imagen que muestra es de un deterioro material donde la privación se solapa con la pobreza. Culturalmente, ¿quién puede decidir qué es lo mínimo para vivir? Cierta pobreza ya había. No la veíamos. En los 90 ya estaba y en los 2000 también. Son estables los indicadores de desigualdad: lo que ha hecho la crisis es acentuar y polarizar. Los que ya estaban, han empeorado. Hay generaciones sentenciadas: por ejemplo, los mayores de 45 a 50 años con baja cualificación”.
Julio Alguacil (Universidad Carlos III).
“La tasa de pobreza es un indicador objetivo, pero es relativo. Ahora se usa más el término exclusión social, es menos economicista. La metodología más objetiva es aquella que trata de medir las condiciones de vida. El singular caso español ofrece un comportamiento diferenciado de los países de su entorno. Al contrario que los países de la UE 15, en España se dejaron pasar las oportunidades para disminuir la desigualdad en los periodos de bonanza. Todas las dimensiones de la pobreza sociológica muestran cómo sus distintos indicadores han ido empeorando en el período de crisis, poniendo en evidencia cómo la fractura social se ensancha, afectando ya la exclusión social al 21,9 % de los hogares españoles y al 25,1 % de la población (11,7 millones de personas). Mientras que el colectivo en situación de exclusión severa alcanza los 5 millones de personas (10,9 % de la población española). El núcleo central de la sociedad española, que denominamos como integración plena, ha perdido 15 puntos porcentuales desde el 2007 siendo ya minoritaria en el 2013 (34,3 %).
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