«Tengo siete hijos y vivimos con 365 euros y de lo que me dan las ONG»
Juan González, vecino de Cartagena y en paro desde hace cuatro años, mantiene a su familia gracias a las entidades sociales.
«A mis chicos les da vergüenza que pida en el comedor social; pero no tengo más remedio».
«A mis hijos les da vergüenza que venga al comedor social a por alimentos, porque está junto al instituto donde estudian dos de ellos, los mayores. Pero yo les explico que no tengo más remedio que hacerlo así, si queremos comer. Yo lo paso fatal, porque tenerlos en esta situación me duele mucho, pero ellos lo llevan peor, porque no pueden tener lo que la mayoría de chicos de su edad poseen. Pero como yo digo, lo más importante en esta vida es la fe y con ella sé que saldremos adelante», comenta este cartagenero.
Los siete hijos –tres chicas y cuatro chicos de entre 14 y 24 años– entran dentro de la estadística publicada por la Cruz Roja sobre exclusión social, debido a la situación por la que pasan sus padres, de los que dependen al 100%. Cada día, este cartagenero, a las doce y media de la mañana, sale de su casa con una mochila cargada con dos fiambreras. Al llegar al comedor del Buen Samaritano enseña su tarjeta de beneficiario y hace cola. Tras unos diez minutos en ella, los cocineros le llenan los dos recipientes con la comida del día. Los lunes toca pasta; los martes, patatas con carne; los miércoles, guiso; los jueves, arroz ; los viernes, lentejas; los sábados, otra vez guiso; y los domingos, también patatas con carne. Tras ello, carga con bocadillos, frutas, yogur, galletas o leche, para la cena.
Ayuda familiar y de Cáritas
«Si no fuera por esta gente, y el resto de ONG a las que acudo, no sé qué hubiera pasado con nosotros. Yo me habría lanzado a la calle a conseguir comida como fuera, lo juro», asegura. Juan González tiene diez hermanos, de los que recibe ayuda para sus hijos en forma de ropa y calzado, pero aun así en su casa falta «de todo». También acude a Cáritas, porque «somos muchos».
Por ellos, cada mañana se levanta, «con un sonrisa en la boca», con la esperanza de encontrar un trabajo «para sacarlos adelante». Antes de quedar en paro trabajaba de encofrador y con lo que ganaba le daba suficiente para mantenerlos a todos. A pesar de ello está dispuesto a hacerlo de cualquier cosa, «con tal de mejorar la vida de mis hijos».
En el Buen Samaritano lo conoce todo el mundo, desde los que acuden a diario a llevarse la comida como él, hasta la docena de voluntarios que trabajan de manera desinteresada. Uno de los hijos de Juan, el más pequeño, tiene esclerosis idiopática, una deformidad de la columna vertebral que le obliga a llevar un corsé. El aparato se debe cambiar cada cierto tiempo, conforme el niño va creciendo. Cuando ocurre eso, Juan González debe pagar 900 euros por una faja nueva. El dinero lo saca «ahorrando, de lo que yo gano y de lo que me dan de un sitio y de otro».
450 comidas al día
Durante el tiempo que ha estado parado, este vecino de Las Seiscientas, además de buscar en cada rincón de Cartagena sustento para su familia, se ha formado como electricista y fontanero. «De vez en cuando hago trabajos que me reportan algo de dinero, pero no es suficiente; siete hijos necesitan mucho, aunque los míos se conforman con lo poco que tienen», contó.
Al comedor social del Buen Samaritano acuden a diario alrededor de 450 personas para comer en el salón o llevarse la comida a casa. La ONG, dirigida por Juan José Sánchez, también ofrece otros alimentos, como pan, embutidos, fruta y latas para la cena. Se nutre del Banco de Alimentos y de donativos de personas y empresas. Pero con eso solo no les llega. Tienen que pedir préstamos a los bancos para mantener su labor social, por eso ya deben más de 30.000 euros. «Toda la ayuda es poca, por eso siempre pedimos que nos apoyen», dijo el gerente.
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