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MURCIA

Una infancia perdida en el Estrecho

lunes 19 de septiembre de 2016 Fuente: La Verdad (Javier Pérez Parra)

En agosto llegaron 36 menores en patera, todo un récord que eleva a 78 el número de adolescentes inmigrantes que tutela la Comunidad.

Bala (el nombre es supuesto para preservar su intimidad) se niega a recordar los dos meses que pasó en Marruecos, esperando su oportunidad para saltar a España. «No quiero hablar de ello», rechaza, educado, mientras la sonrisa se borra de su rostro. Para él, hay una niñez en Costa de Marfil, dura pero con el recuerdo de unos padres que «no tenían nada» aunque se lo daban todo, y una vida nueva en el hogar de acogida Ankaso, en Alguazas. En medio, un túnel oscuro en el que la infancia quedó enterrada para siempre.

Bala, que tiene ahora 17 años, lleva ocho meses en Ankaso, un centro gestionado por la Fundación Diagrama donde se ofrece residencia, formación y apoyo psicológico a los menores inmigrantes que, tras llegar a la Región sin el acompañamiento de algún familiar, pasan a quedar bajo tutela de la Comunidad Autónoma. En Ankaso andan ahora un poco desbordados. Habitualmente acogen a 20 chavales, pero han tenido que ampliar a 25 las plazas después de que en agosto llegasen en patera a las costas murcianas 36 adolescentes, todos ellos argelinos. La cifra constituye un récord. Los recién desembarcados han sido repartidos entre Ankaso y el centro de acogida La Cueva, en Santo Ángel, gestionado directamente por la Consejería de Familia e Igualdad.

En total, el número de menores bajo tutela de la Comunidad asciende en lo que va de año a 78. A lo largo de todo 2015, fueron 106 los que pasaron por los centros de acogida de la Región. La mayoría de los menores tienen entre 14 y 17 años, y todos son varones. Predominan los procedentes de Argelia y Marruecos, aunque también hay chicos de países subsaharianos: Malí, Guinea Conakry, Guinea Bissau y Costa de Marfil.

¿Por qué arriesga la vida un adolescente de apenas 15, 16 o 17 años cruzando el Estrecho o saltando las vallas de Ceuta y Melilla? «Porque mis padres no tienen nada, viven sin nada», responde Bala en un más que aceptable castellano. Habla, lee y entiende el español con una facilidad pasmosa, y todo tras un aprendizaje de apenas ocho meses.

Europa se ha convertido en un muro, y muchas familias ven en sus hijos menores su única opción para salir de la miseria. Porque la Ley de Extranjería impide su expulsión cuando no entran en España acompañados, salvo que se considere que la repatriación es la mejor opción para el futuro del niño. Prima el interés del menor por encima de la infracción administrativa que supone entrar de forma irregular en el país. En el centro Ankaso hay de todo: chicos de familias desestructuradas, niños de la calle que buscan suerte en la patera, adolescentes convertidos en adultos dispuestos a sacar adelante a sus familias. Algunos no son santos, pero todos se merecen la oportunidad de rehacer su vida, de tener un futuro.

A eso se dedican en este hogar de acogida, convertido en una gran familia. Aquí recuperan, lo primero de todo, su identidad. «Intentamos ponernos en contacto con sus familias, recabar su documentación», explica Melchor Asumu, el director del centro. Algunos chicos, cuando llegan a Ankaso, llevan semanas sin hablar con los suyos. Sus padres no saben si están vivos o muertos, si han llegado a tierra o se quedaron en las aguas del Estrecho. La primera llamada deja escapar un torrente de emociones. «Impresiona porque los escuchas gritar, llorar», confiesa Loles Gabarrón, la trabajadora social de Ankaso.

Recuperar su identidad

Tras el primer acogimiento, con examen de salud incluido, el proceso de integración comienza a andar. Los chicos se sumergen en una formación intensiva de español, y se les matricula en ciclos de Formación Profesional básica o en el instituto. Bala está en tercero de la ESO en el instituto de Algezares, como su compañero de cuarto, Usman (también nombre supuesto), un chaval de 17 años de Guinea Conakry. En su habitación, que mantienen impoluta y sobria, Bala y Usman estudian español y matemáticas con un entusiasmo que emocionaría, por inusual, a cualquier profesor de Secundaria o Bachillerato. Aunque no puedan engancharse al nivel de sus compañeros de clase, la matriculación en el IES es un paso fundamental en la integración. Allí se relacionan con chicos españoles y de otras nacionalidades. Ya han hecho amigos, y se sienten en casa.

Bala es vital y lleno de energía. Le apasiona el fútbol y le han fichado, de hecho, en un equipo de tercera división de Murcia. «Soy bueno dice con orgullo, en mi país ya jugaba de delantero». Está también aprendiendo Cocina, pero a quien le entusiasman de verdad las cacerolas y sartenes es a Usman. Cocinar le acerca a su madre, le ayuda a recordarla removiendo el arroz o la harina en su pueblo de Guinea Conakry, preparando las sencillas gachas con que se alimentaba pobremente la familia.

Los dos amigos ya hermanos, compañeros están a salvo en Ankaso, arropados, protegidos. Aquí han podido olvidar aquel tiempo detenido en que perdieron la infancia, por las carreteras de África rumbo a Europa. Pero su estancia tiene fecha límite: cuando cumplan los 18 deberán abandonar el hogar. Se quedarán en Murcia gracias a sus permisos de residencia, que los menores renuevan una vez llegan a la mayoría de edad siempre y cuando no se dé alguna circunstancia excepcional. El programa de la Consejería de Familia e Igualdad prevé un tiempo de transición, porque si no el único futuro de Bala y Usman sería dormir en la calle y quizá buscar suerte de madrugada en la gasolinera de El Rollo, en el barrio de El Carmen, a la espera de algún ‘furgonetero’ en busca de jornaleros a precio de saldo.

Cuando dejen Ankaso, los dos amigos serán acogidos en alguna vivienda gestionada por Cáritas o Columbares, las dos ONG con las que hay convenio. Serán dos años de prórroga, con vistas a que al cumplir los 20 empiecen a volar solos. Hay, sin embargo, flexibilidad en los plazos, dependiendo de las situaciones personales.

El camino de los menores inmigrantes no es fácil, pese a que cuentan con el apoyo de la Comunidad y de las ONG. Muchos se marchan en cuanto pueden a Francia, donde sí tienen familia o conocidos, o simplemente porque allí creen tener más oportunidades. De quienes se quedan en España, «más de la mitad consiguen integrarse», explica Jesús Teruel, coordinador de centros y programas de la Fundación Diagrama. No hay nada más emocionante para el personal de Diagrama y Ankaso que reencontrarse con quienes acogieron de chavales y ahora viven por su cuenta, ya adultos, con trabajo y familia, algunos con pareja española.

Aquí todos van a hacer lo posible porque ese sea el mañana de Bala y Usman. El futuro les está esperando; ellos no están dispuestos a perder la oportunidad.

Las ONG piden más garantías para evitar expulsiones

Aunque la ley es clara y los menores inmigrantes no deben ser repatriados salvo que concurra alguna circunstancia que haga que esa sea la mejor opción para su bienestar algunas ONG denuncian que faltan garantías que eviten los errores. La mayoría de menores suelen llegar sin documentación, por lo que para determinar su edad se lleva a cabo una prueba ósea, midiendo sus muñecas. Incluso a veces se les somete a la prueba aunque lleven documentos. «La técnica es poco fiable. Hay un margen de error de un año, por lo que lo lógico es que, en beneficio del menor, se conceda la estancia en España cuando los resultados están dentro de ese margen», sostiene Medinaceli Parrilla, de Convivir sin Racismo. Esta ONG trabaja en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Sangonera la Verde. Allí, en principio, no se interna a menores, pero de vez en cuando los voluntarios de Convivir se encuentran con internos que dicen tener menos de 18 años. En esos casos, se dirigen a la dirección del CIE y al juez encargado de la supervisión del centro para que se realicen las pruebas. «A veces nos hemos encontrado con que había menores en el CIE», asegura. En su último informe, Convivir denunció varios casos de este tipo.

Seis meses para regularizar su situación

La Comunidad Autónoma está tutelando «a estos niños que llegan a España persiguiendo un sueño. Están solos, sin familia, y de ellos depende su propio camino. Por eso se les facilita en nuestros centros todo lo necesario para asegurar su supervivencia», destaca la consejera de Familia e Igualdad, Violante Tomás. El presupuesto para la acogida y el mantenimiento de los centros es de 537.718 euros este año. «La tutela supone un momento decisivo para el menor, ya que si no se pone en marcha, no es posible comenzar los trámites de regularización de su residencia. Los que están más de seis meses en la Región se regularizan automáticamente», explica la consejera. El trámite depende de la Oficina de Extranjería, organismo de la Delegación del Gobierno.

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